Giambattista Valli describe a Marruecos como "una obsesión" tejida en su lenguaje creativo. Para su colección resort, canalizó la influencia de Marrakech—ya vista antes en su línea de alta costura—en una interpretación más ligera y relajada. Los diseños presentaban tonos cálidos de rojo y azafrán, con estampados florales de rosas y buganvillas que parecían recién cortadas de un jardín. Fiel a su estética jet-set, la colección ofrecía un escape fugaz sin perder conexión con la realidad. "¿Quién podría culpar a alguien por anhelar belleza en un mundo cada vez más hostil?", reflexionó Valli.

Valli siempre ha creído en la elegancia y la belleza que surgen de la convicción personal, no de las tendencias. Para él, el estilo no se trata de perseguir lo actual, sino de capturar algo atemporal. "La gente cree que la belleza clásica y armoniosa no es cool o está pasada de moda", dijo encogiéndose de hombros, indiferente a los caprichos cambiantes de la moda.

Esta colección equilibraba a la perfección romanticismo y realismo. Vestidos fluidos lucían bustiers elegantemente drapeados, vestidos slip de encaje incluían delicadas mangas tipo capelina, y vestidos bohemios flotaban con una asimetría juguetona. Junto a estas siluetas etéreas, había minivestidos sofisticados y trajes cortos entallados en tejidos ligeros, combinados con babuchas bordadas y tarboosh tejidos para un toque de encanto peculiar. Era la mezcla característica de Valli: fantasía y practicidad, una prueba de que lo chic puede ser tanto caprichoso como usable.