Rabih Kayrouz cree que la moda trasciende las temporadas: es una progresión fluida de formas que evocan emoción y elegancia.

“Me cuesta definir cada colección con un tema o género”, admitió el diseñador. “A veces siento que estoy creando lo mismo, pero nunca es realmente igual porque los tejidos, los colores y la energía siempre cambian”.

Para el otoño, optó por satenes y sedas en tonos vibrantes de fucsia, naranja, plateado, chocolate y verde azulado—colores que llamó “tonos vitamínicos” por su efecto revitalizante.

Kayrouz se inclina por siluetas voluminosas inspiradas en el movimiento natural. Cinturas ceñidas, caderas moldeadas, un vestido “calabaza” y sus icónicas formas capullo reflejan un diálogo táctil entre el tejido y la actitud, la intención y el instinto—”como envolver a una mujer en un gesto”, explicó.

Muchos de los looks encarnaban esta filosofía. Un abrigo fucsia depurado hasta sus líneas más esenciales. Un vestido negro ajustado que se abre en un dobladillo tipo platillo, equilibrando control y libertad. También destacó un vestido tipo diosa de cuello halter, brillante como metal líquido con un bordado artesanal—un guiño a una pieza de alta costura exhibida actualmente en el departamento de artes decorativas del Louvre. Este vestido, junto con un llamativo vestido bustier fucsia, seguramente se convertirán en clásicos de alfombra roja durante festivales de cine y galas.

Las piezas más versátiles fueron las chaquetas, gabardinas y abrigos en blanco, beige, fucsia y verde azulado—básicos atemporales diseñados para durar más allá de cualquier temporada. “Aquí no hay reglas rígidas, solo una invitación a sentirse poderosa, visible y radiante”, comentó Kayrouz. Ese último término le encaja bien: tras más de una década trabajando desde un encantador estudio de artista en el 6º distrito de París, se ha convertido discretamente en un diseñador para coleccionistas exigentes. Esta colección ofreció múltiples piezas codiciadas destinadas a resonar con su clientela.